EL PODER DE LAS PALABRAS
La palabra es uno de los dones con que el Amor Divino ha dotado a la humanidad, y como todos los dones – tales como el don de pensar y el don de sentir – constituye un poder que el ser humano debe utilizar exclusivamente para el bien.
Ya sabemos que los pensamientos y sentimientos tienen gran fuerza para con nosotros y para con los demás. Y sabemos también que podemos, con esa fuerza, hacer bien si la utilizamos en sentido positivo o hacer mal si la utilizamos en sentido negativo.
Las palabras expresan nuestros pensamientos y sentimientos dándole forma y acción, de modo que en las palabras están unidos el poder del pensamiento y el poder del sentimiento con la fuerza de la propia voluntad, que utiliza esos poderes con un fin determinado.
Por lo tanto, la palabra – sea hablada o escrita – constituye un conjunto de vibraciones que tiene, por Ley de Afinidad, intensa acción en las mentes y en las almas de quienes la escuchan o la leen. Además, actúan sobre la voluntad de quienes reciben esas vibraciones, pudiendo en muchos casos llegar a dominarla, si quien habla o escribe lo hace con esa finalidad.
Si, por el contrario, pretendiendo ignorar la gran responsabilidad que significa poseer el poder de la palabra, la utilizamos con fines egoístas y ambiciosos, con rencor, con desamor, ese poder maravilloso se transformará en una poderosa arma al servicio del mal.
Las palabras pueden acariciar o herir, ser bálsamo o corrosivo, alentar o deprimir, despertar los sentimientos más puros o los más bajos, impulsar al heroísmo o a la degradación; las palabras pueden unir o dividir, pueden construir o destruir. Todo esto podemos corroborarlo a diario si analizamos nuestros pensamientos, sentimientos y acciones.
El poder de la palabra utilizado positivamente, es decir, con amor, es un maravilloso instrumento de bien, pero utilizado negativamente, es decir, con egoísmo y desamor, es un terrible instrumento de mal.
Cuidemos, pues, nuestra palabra en todo momento, procuremos que jamás perjudique ni cause dolor a los demás, sino que, por el contrario, sea siempre expresión de nuestro amor y de nuestros fraternales pensamientos y sentimientos de bien.
Si sientes que sólo el odio te rodea, revisa cómo te estás manifestando.
Serás lo que pienses y eso mismo recibirás.
Empieza a analizar tus pensamientos
y descarta los que observas no están siendo amorosos.
Eres responsable de tu transformación y la de tu entorno; nadie puede llevarlas a cabo por ti.
¡Basta de víctimas y culpables!
¡Hazte responsable!